Opinión- Actualidad Metropolitana
Por: Luis Bernardo Vélez Montoya
Concejal de Medellín
Conmocionado e indignado, así está el país con las protestas que se iniciaron desde el pasado 28 de abril. Cerca de 30 jóvenes han perdido la vida y según los cálculos de Comité del Paro, 800 personas han resultado heridas y muchas más desaparecidas.
En momentos en los que el Covid-19 está cobrando la vida de miles de personas cada día, y mientras en las grandes ciudades del país las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) están al tope, el descontento social da rienda suelta a la rabia, al resentimiento y a la impotencia que por décadas han soportado millones de colombianos que padecen la más profunda inequidad y desigualdad social.
De acuerdo con las cifras del DANE, en COLOMBIA más de 21 millones de personas viven en condiciones de pobreza. Y a esta cifra se suman 3,6 millones más que ingresaron a esta lista por causa de la pandemia y 2,78 millones que cayeron en la miseria extrema.
La Reforma Tributaria fue el detonante de una rabia y un resentimiento acumulado por décadas en millones de jóvenes colombianos, que se lanzaron a las calles a reclamar sus derechos y a exigir mejores condiciones de vida, desafiando el virus. Igual, nada tienen que perder. Incluso, jóvenes de todos los estratos se han unido a exigirle al Gobierno Nacional la igualdad de la que tanto carece este país.
Y así lo demuestran los datos: el 1 por ciento de la población más rica del país concentra el 40 por ciento de la riqueza. De 50 millones de colombianos, solo 2.600 personas son las propietarias de la mitad de las tierras más productiva del país; y la mitad de los depósitos en los bancos está en manos de 2.300 personas.
Colombia es el país más desigual de Latinoamérica, como lo señala el Informe del Índice de Desarrollo Regional, que asegura que esta Nación tiene las mayores desigualdades territoriales por departamento. Mientras que el Banco Mundial nos da el deshonroso segundo lugar en la región y el séptimo en el mundo. Ante este injusto, desigual y dramático panorama no hay mucho que explicar sobre las razones del reinante descontento social de este país.
Duele que se señale, a quienes han salido a las calles a expresar su descontento por la situación de pobreza, exclusión, hambre y desigualdad, de vándalos, guerrilleros, delincuentes, y encima los maten y los desaparezcan.
Duele que el derecho inalienable de todo ser humano a protestar y a la movilización social se enturbien con atentados contra el equipamiento urbano, las instalaciones públicas y privadas, y en el caso de la ciudad Medellín contra estaciones del Metro, las cámaras de foto multas, semáforos e incluso contra una de las entidades más queridas y creíbles de la ciudad: la Unidad Permanente de Derechos Humanos (UPDH), de la Personería de Medellín, ubicada frente al parque de Los Deseos.
Señor Presidente, Colombia tiene que abandonar sus viejas formas de hacer, pensar y dirigir el país. Hay que transformar el modelo proteccionista de la economía, tal como lo sugieren algunos economistas, como Jorge García García, suprimir las excesivas exenciones a los grandes capitales, que alcanza cerca de 80 billones de pesos, con los que pudieran cumplir las peticiones del Comité Nacional del paro.
Señor presidente, escuche el clamor de quienes están en las calles, de quienes viven en la miseria. Necesitamos buscar puntos de encuentro, de diálogo, de conciliación. Pero, ante todo, este país no puede seguir sordo al clamor de millones de personas que viven con 145 mil pesos al mes y en el mejor de los casos con 331 mil pesos.
La violencia no se justifica desde ningún lugar que se ejerza ni contra los manifestantes ni contra la fuerza pública. Pero nuestros jóvenes hoy le exigen al país oportunidades de vida, de educación, de trabajo, de generación de riqueza, de innovación y de tecnología.
No puede seguir sordo ante la triste, cruel e injusta realidad que vive más de la mitad de los hogares colombianos.
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