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martes, 19 de diciembre de 2023

Es que los segovianos somos así

Opinión- Actualidad Metropolitana


Por: Juan Gabriel Torres

Artista Plástico – Gestor Cultural 

Instagram: @juantorresvisual 


Adiós a los imaginarios de violencia, desorden e ilegalidad que aquietan el tejido social y la cultura ciudadana en Segovia.

 

 



 

“Parece más urgente inventar relaciones posibles con los vecinos, en el presente, que esperar días mejores” 

(Bourriaud, 2006: 54)

 

En Segovia la ciudadanía económica parece haber desbancado casi por completo la ciudadanía cultural. Como si la única lógica posible fuera la del derroche económico y lo que se puede comprar con oro. Hasta el punto en el que las personas mismas son tratadas como meros objetos, el de tal o cual moto, el de la cadena así, el hijo del dueño de tal mina o negocio, lo que valen sus posesiones es la manera en la que están siendo nominados unos por otros como respuesta de un materialismo despiadado. Y, llegados a este atrevimiento, debemos decir además, que las formas de tal consumo nos han puesto de frente y en contradicción con el respeto por la intimidad del otro -las cadenas con videos amarillistas que filtraron o grabaron sin consentimiento son infinitas-, por la vida del otro. Las formas de organización actuales basadas en el consumo y el derroche están siendo incapaces de asegurar el respeto, y por lo tanto, unas ciudadanías que respondan a una convivencia considerada de sí mismo, del otro y de lo otro -los bienes comunes y el espacio público son tratados como tierra de nadie-. La consecuencia es que el segoviano promedio vive desaforado, enfrentado por un lado a poderes económicos y armados que le someten, y por otro, al hecho de que muy en el fondo es consciente de las injusticias y las brechas que produce ese modo de vida, pero sin saber muy bien cómo transformarlo y hacerlo convivir de una forma que convenga al común de la gente.

 

Esta Segovia y sus formas económicas ha engendrado un mundo de sujetos carentes de un cuerpo de normas que gobiernen las relaciones entre las diversas funciones sociales en las que participan, asociales, apáticos, acríticos, indiferentes, infantiles, que delegan sus responsabilidades sociales y políticas a otros -Los líderes sociales, los políticos de turno, los que mueven la plata o las armas- para que tomen por ellos sus decisiones más importantes. 

 

Este tipo de ciudadanía es frágil, efímera, pura hipocresía. No tiene prolongación en el tiempo porque no hay claridad en los pre-supuestos que la configuran. La verdad aparente en la que se sustenta es en la que le concede el sistema de consumo que les incita a beber y a gastar cada semana para promover estados de WhatsApp y publicaciones en el Facebook, donde todo se puede comprar y vender, donde todo tiene precio, incluidas las personas. Estas maneras han sustituido casi de manera generalizada la ética del “estar siendo” [1] por una ética del tener, en la que la felicidad es sinónimo de consumir de forma ilimitada. El único principio es centrarse en la propia individualidad y disfrutar de la vida sin preocuparse por la del vecino que debe madrugar o que quiere transportarse por una calle abarrotada de motos que dejaron lo más cerca posible de la mesa del bar, como si de caballos se tratara. 

 


Ahora bien, en un escenario como el de la sociedad segoviana, caracterizada por la desigualdad y la injusticia, negar esta realidad e intentar desaparecerla de tajo, es irresponsable. Arroparse en la moralidad subjetiva es la opción más cómoda y por lo tanto la más obvia. Pero no es la manera más ética, ni tampoco la más inteligente a medio/largo plazo, porque en eso se desconocería la necesidad de desfogue que generan las difíciles condiciones laborales de los mineros o la capacidad de adaptarse a las situaciones adversas por las que hemos atravesado como sociedad. Si algo nos ha enseñado el conflicto armado es a desconfiar de los discursos hegemónicos y de las ideologías de las izquierdas y las derechas porque son totalizantes y ninguna define a «Lo Segoviano» en su heterogeneidad. Cuando se ha intentado hablar de Segovia como sociedad, siempre ha quedado claro que lo que se intenta borrar es ni más ni menos que la libertad de lo que somos. 

 

No se ha puesto a conversar la vida de las comunidades con los relatos de la “cultura minera” -que se sustentan en imaginarios sobre la violencia, la brujería y la ilegalidad en Segovia- promovidos, diríamos manera aventurada, por intereses mediáticos y económicos que favorecen unos discursos de odio -que desafortunadamente se han ido instalando en la misma comunidad- y que no permiten otras miradas de la cultura segoviana, por definición diversa y vibrante, y en la que se pueden encontrar, también, atributos como confianza, honestidad, solidaridad etc. que le han garantizado superar muchas de las  dificultades y dilemas propios del entorno minero y potenciar la acción colectiva con la que se ha logrado en varias ocasiones el bienestar social del municipio.

 

Lejos de fomentar el auto reconocimiento de «esto que somos», discursos como los de la empresa multinacional, el de los medios de comunicación o el de los gobiernos departamentales y nacionales solo han servido para desactivar, en buena medida la nobleza y la solidaridad que nos caracteriza. En el lugar del segoviano consciente de sí mismo y del mundo que le circunda, capaz de ser crítico frente a los discursos hegemónicos del sistema y rebelarse contra la injusticia, el consumo ha calado en el inconsciente colectivo que hay que hacerle culto a las redes sociales, las motos, la farra y lo foráneo, desconociendo cualquier forma de identidad vivida como propia. Las diferencias en Segovia se van a seguir multiplicando mientras haya oro, pero hemos olvidado la mayoría de las veces que nunca hay verdadero respeto a la diferencia si no estamos preparados para defender, antes que nada, la equidad de todos los que vivimos aquí: desde la base de una construcción de tejido social que aporte en la convivencia ciudadana, en la diferencia, sin intentar que todos seamos o pensemos igual.

 

Los “buenos ciudadanos” se han quedado en la mera negatividad, en su oposición a las formas actuales en las que se ha configurado un Segovia que ya tiene rasgos de ciudad intermedia, en lugar de ver el “Segovia antes fue mejor” como producto de una reflexión histórica para hacer una crítica constructiva que ponga de manifiesto tanto los aspectos negativos como los positivos de dicha reflexión y sumarle argumentos a la conversación sobre esta nueva realidad. De nada sirve sustituir la tiranía de las actuales condiciones del «todo vale» de la fiesta, las motos atravesadas, los piques, el ruido y el derroche por las de un «deber ser» nostálgico que romantiza la idea de un mundo pasado que fue mejor. Ese «deber ser» cae en los mismos excesos que critica cuando acaba por volver absoluta una verdad, que pone en el lugar de todo aquello que quiere desaparecer. No se puede renunciar a todo el movimiento que generan las actuales formas de configuración de lo social en Segovia, sin renunciar con ello a todas las ventajas que dicho movimiento nos ha traído. Una cosa es denunciar los excesos y errores de la ciudadanía económica -Alcoholismo, drogadicción, exceso de ruido en zonas residenciales, mal parqueo de vehículos, la rumba,  los remates, los piques en la vía pública, etc.- o sus consecuencias -consumismo, superficialidad, bullying, violencia intrafamiliar, violencia de género, disputas entre vecinos, falta de acompañamiento familiar a menores de edad, incumplimiento de normas de establecimientos abiertos al público etc.-  y otra cosa es desconocer por completo el tipo de ciudadanía cultural y la potencia de vida que ahí subyace. Porque es verdad que eso viene fracturando del tejido social, pero también es verdad que no lo hemos visto como una oportunidad de aprender de lo que nos hace falta para proponer las acciones que movilicen otras ciudadanías más empáticas, que se reconozcan en sus diferencias, para que seamos capaces de negociar los relacionamientos y la participación, de todos, en el municipio que compartimos hoy.

 

Estos tiempos llenos de influencia exigen unas éticas asimismo influyentes. Ante el inminente avance de las ciudadanías económicas, debemos preguntarnos por las maneras de defender las ciudadanías culturales que propendan por servir como estímulo para la construcción de un municipio mejor, más humano, más equitativo, más compasivo, más integrador. Es imposible hacerles frente a los retos de la sociedad segoviana actual desde una mirada moralizadora, reducida a posiciones estancadas en una sociedad idealizada y que se empeña en invocar identidades históricas de un Segovia que ya no es más el mismo. Sin la conciencia de llevar a Segovia a convertirse en una ciudad, no vamos a poder imaginar siquiera todas las líneas que conectan lo que hoy vemos como desorden y falta de cultura ciudadana, pero que unen las multiplicidades aparentemente fragmentadas de esta nueva realidad. 

 


La multiplicidad en Segovia es un hecho. De personas, de pensamientos, de orígenes e influencias. Que haya multiplicidad no implica que no haya posibilidad de construir una ciudadanía cultural singular a este territorio -que no se parece a ningún otro municipio, ni lo debe intentar-, o que no se pueda acordar unos mínimos éticos para todos, todas y todxs, por ejemplo. Es posible dialogar para entendernos a pesar de nuestras múltiples diferencias. Es necesario admitir la diferencia como un rasgo distintivo de los segovianos, lo que no significa que no podamos estar contenidos dentro de ciertos límites porque no «todo vale» ni siquiera desde un «deber ser». Hay que asumir las complejidades del crecimiento de Segovia y las incertidumbres que trae consigo. Tenemos que cambiar la forma de pensar, las reglas y los valores que usamos para dirigir y habitar el municipio, y aceptar que el orden y el caos no son opuestos, sino partes de lo mismo.

 

No podemos seguir pensando en que todo debe ser invariable o como los “buenos ciudadanos” creemos que debe ser. Es preciso que nos preocupemos por hacer de Segovia un mundo donde el discurso del afectado no sea igual que el del “violento” o “desordenado”, donde el conocimiento no sea igual que la bobaliconería y desinformación de las redes sociales, donde el bienestar no sea igual que la superstición. Conviene ya, después de décadas de retórica moral y anestésica, recobrar el sentido de la memoria histórica, no desde la experiencia limitante de un «deber ser» ideal y determinado, sino desde la experiencia abierta, flexible y también creativa de una utopía social como horizonte orientador, como instancia crítica que nos permita marcar la distancia entre lo que es hoy Segovia con todas sus dificultades y ventajas y lo que podría llegar a ser para imaginar las posibilidades infinitas que nos puede traer el futuro.


Con la esperanza renovada de una alcaldía que arranca, es momento de recuperar las éticas que han garantizado la supervivencia de «Lo Segoviano», la herencia afectuosa y solidaría de los mineros que nos constituye. La moda de la ciudadanía económica nos ha hecho dejar en segundo plano los aprendizajes que siguen plenamente vigentes y de los que podemos extraer aún, como el oro, valiosas lecciones para nuestra vida y la de nuestro territorio. Es indispensable, trabajar por una ética basada en promover el tejido social de una sociedad en la que todavía es posible encontrar atributos como libertad, confianza, honestidad, solidaridad. 

 

Tal vez, vivir todo este desaforo sirva, después de todo, para exorcizar definitivamente los discursos disgregadores, narcisistas y poco solidarios con los que nos ven y nos vemos de manera superficial. La aparente “crisis social” nos obliga a revisar nuestros conceptos y a preguntarnos por: ¿Cómo vamos a salir de esta situación? La urgencia de resolver el presente nos interpela hoy como nunca para que adoptemos una actitud ético-política mucho más amplia y reflexiva, “es que los segovianos somos así” ya no es una


justificación para desconocer las responsabilidades que tenemos. Se nos demanda una 

actitud planeada y responsable que sea capaz de leer todo este movimiento de manera general y lo más abarcadora posible, con el objeto de caminar de manera decidida hacia el reconocimiento de los derechos, pero también de los deberes, de un tipo de población y territorio que son singulares, para que podamos  alcanzar un verdadero tejido social. Es imperativo trabajar para lograr una democracia profunda y unas formas de la economía que estén al servicio del bien común, como nos lo han enseñado las luchas sindicales y sociales de los mineros en nuestra región. El espíritu de ciudadanía anima a quienes creen -creemos- que no todo está perdido. 

 

Es verdad que no necesariamente haya una solución definitiva y que los intentos no tengan un éxito asegurado. Pero la otra opción es, como le escuche decir a un concejal del municipio, “ya para qué lo intentamos” y resignarnos a seguir igual, mientras invocamos, la nostalgia de un pasado que fue mejor y que ya nunca volverá. Siempre he confiado en la bondad de los segovianos y en el optimismo de la voluntad de quienes trabajan todos los días por mejorar las cosas del municipio, me niego a apostarle a esa actitud del concejal en cuestión, aun conociendo el riesgo que se tiene de no lograr grandes avances en el camino. Yo sí le quiero apostar a un Segovia con un tejido social fortalecido para una ciudadanía cultural en la que la injusticia y la sinrazón no sean las que hablen por la mayoría. La apuesta es por «LO SEGOVIANO», ahora sí en mayúsculas, que lo determinamos nosotros mismos y no los de afuera que nos desconocen, la apuesta es por buscar incansablemente mejorar este vividero que todos amamos, la apuesta es, en definitiva, por afirmar LA VIDA.



[1]  Esta expresión se usa para indicar un modo de ser que implica dinamismo, temporalidad y apertura al mundo. Es una forma de comprender la existencia humana como un proceso de realización y transformación constante, que no se reduce a una esencia fija o a una mera presencia.




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