Historia- Actualidad Metropolitana
13 de noviembre de 2025
Por: Actualidad Metropolitana
Cuarenta años han pasado desde aquella noche en la que Armero quedó silenciado bajo el rugido de la naturaleza y el peso del olvido institucional. Cuarenta años desde que más de 23.000 vidas fueron arrebatadas sin aviso, desde que familias enteras quedaron desgarradas y desde que un pueblo colombiano desapareció en cuestión de minutos.
Hoy, cuatro décadas después, Armero sigue hablándonos. Nos habla desde el dolor que aún habita en los sobrevivientes; desde las memorias que se negaron a ser sepultadas; desde los nombres que nunca volvieron a pronunciarse en casa; desde las voces de los niños que fueron separados, llevados lejos, adoptados sin rastro o desaparecidos sin respuesta. Armero nos recuerda que la tragedia no terminó esa noche: continuó en cada búsqueda sin descanso, en cada álbum de fotos abierto con la esperanza de un reencuentro, en cada madre que jamás dejó de preguntar “¿dónde está mi hijo?”.
Este homenaje es para ellos.
Para quienes partieron sin despedirse.
Para quienes sobrevivieron y cargan en el alma un peso que no se ve, pero que se siente siempre.
Para los niños que fueron arrancados de los brazos de sus familias, víctimas no solo de la avalancha sino también del desorden, del caos y del abandono que vino después.
Para quienes llevan 40 años reconstruyendo su identidad, su historia y su dolor.
Hoy, Colombia se detiene para recordar.
Recordar el horror, sí.
Pero también recordar la solidaridad, la fuerza de un país que buscó entre el lodo, que abrió sus casas, que llevó comida, que abrazó a desconocidos, que lloró junto a familias rotas.
Armero nos enseña que la memoria es un deber.
Que la prevención no puede ser una opción.
Que la dignidad de las víctimas no puede depender del tiempo ni de los gobiernos de turno.
Que los niños desaparecidos deben seguir siendo buscados, porque mientras haya una familia esperando, la historia no está cerrada.
Hoy honramos a Armero con respeto y con la promesa de no olvidar.
Honramos su tierra, ahora silenciosa.
Honramos a quienes la habitaron, que siguen vivos en la memoria del país.
Honramos a los sobrevivientes, que son testigos y fuerza.
Y honramos a los niños desaparecidos, cuya ausencia sigue siendo una herida abierta que merece verdad.
Armero no es pasado. Armero es memoria viva.
Y mientras Colombia recuerde, su historia no se repetirá.

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